lunes, 23 de enero de 2012

La verdadera obediencia. (2ª parte)

   Siguiendo con la lista, 5-NO ES  obedecer, en el sentido que la Biblia enseña, hacerme partícipe o cómplice, de cualquier clase de chismes o habladurías malintencionadas acerca de los hermanos; más aún, de tomar una posición pasiva ante todo esto, y aún permitir, -o permitirme- prestar oídos a cualquier clase de infamia, calumnia, difamación o acusación falsa acerca de alguien por el cual Cristo también murió. Todo esto, claro, siempre muy bien disfrazado de “argumentos” “espirituales”. 6-TAMPOCO es obediencia, vale aclarar, el que alguien – sin importar el cargo o título que tenga dentro de la iglesia- te CONMINE O COACCIONE,  para que tengas determinadas actitudes hacia ciertas cosas o personas; sin importarle que esto pueda ir contra la Palabra de Dios. Es decir, para que se entienda bien, que por ejemplo un líder o pastor diga, o te diga directamente: “No te juntes con el hermano Fulano o Mengano, porque está en rebeldía”, o influenciarte sutilmente para que no lo hagas, o para que no hables con determinadas personas; a veces hasta el punto de que termines siendo descortés con los hermanos, en nombre de una sujeción muy mal entendida. Asimismo podría seguir extendiéndome mucho más, y dando algunos ejemplos más de estos desastres, pero ahora me detendré aquí.

   De este modo podemos ver que obedecer es hacer lo que Dios quiere que hagamos. Es buscar agradarle y hacer su voluntad, sin importar el costo que esto traiga. Justamente esto es lo que hicieron Pedro y los apóstoles al ser amenazados por el liderazgo religioso de aquel entonces, para que no continuaran hablando en el nombre de Jesús (Hechos 5:24-29). En este último versículo está la respuesta: “Es necesario obedecer a Dios ANTES que a los hombres”. Aún más, vemos en el capítulo anterior del mismo libro de Hechos, pero en el versículo 19, que dice: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros ANTES  que a Dios”.  Por eso mismo, el reino de Dios no es para los cobardes sino para los valientes que están dispuestos a pagar el precio. ¿Qué cual precio? El precio de conocer y practicar la verdadera obediencia a pesar de todo. Nada más y nada menos. Consiste esto en: guardar nuestro corazón de toda cosa que al Señor no le agrada, leer y meditar en la Palabra diariamente, no descuidar nuestra intimidad o comunión con el Señor, tener compañerismo con nuestros hermanos en la fe –es decir, congregarnos-;y, por sobre todas las cosas, crecer y desarrollarnos en el amor que viene de Dios. En todo esto, consiste la verdadera obediencia. Bendecidos.

 

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