Definitivamente, el Reino de Dios es un reino diferente a
todos. Es importante, primeramente, entender esto. Sin embargo, la gente en
general cuando piensa en el concepto de reino, tiene la imagen terrenal acerca
del mismo. Es decir, la de un rey terrenal que domina o tiene poder absoluto
sobre un determinado territorio. Esto es así, en el sentido de la monarquía
pura; no tanto en la que subsiste hoy día con otros sistemas de gobierno. Pero
volviendo al tema, el Reino de Dios, por esa misma razón no se puede comparar a
ninguno que exista en este mundo. Primero y principal, porque precisamente el
Reino de los Cielos No es de este mundo (Jn.18:36). Por eso cuando la gente de
su tiempo le insistía a Jesús acerca de establecer Su reino en Israel, y así
librarlos de la opresión romana, Él les decía una y otra vez que Él no había
venido para eso, porque justamente Su reino no era de este mundo. Porque ellos
anhelaban ser libres del dominio romano y esperaban, o creían, que Jesús los libraría
del yugo romano. Pero el Señor no sólo trató de hacerles entender esto sino que
además, quería que ellos entendiesen que
en Su reino, el que quisiera sobresalir por sobre los demás, o creerse más
importante sería justamente el que tendría que servir a los demás, y el que
buscase ser primero sería el último. Y más aún, Jesús mismo se puso como
ejemplo al decirles a los discípulos, que Él no vino para ser servido sino para
servir y dar su vida en rescate por muchos (MT. 20:25).
Con todo esto Cristo
Jesús les quiso hacer entender a ellos, y a nosotros, que Su reino no es terrenal y que Él mismo lo
trajo a nosotros. Por esto mismo, nosotros no necesitamos establecerlo ni nada
que se le parezca, porque Él ya lo dejó establecido cuando vino a la tierra
(Mt. 12:28, 4:17, 10:7). Sin embargo, en la misma Palabra se nos dice que sí
reinaremos con Cristo en forma literal, pero No en este tiempo presente sino en
el futuro. Más precisamente en el milenio, al final de la Gran Tribulación cuando Cristo
regrese en gloria (Ap.20:4, 5:10; Lc. 17:20-30).
Mientras tanto, ya
hemos dicho que el Reino de Dios no es de este mundo. Eso significa que en este
reino no debemos buscar las cosas temporales, las que perecen, sino lo eterno
(Ro. 14:17). Asimismo, tampoco debemos buscar el sobresalir por sobre las demás
personas, ni el tener lugares de poder (MT. 20: 21-28).
Además es muy
importante que sepamos, que la visa para poder entrar al Reino de Dios, es la
de ser nacido de nuevo (JN. 3:3-5). No hay otra manera posible. Y cuando
decimos que Su reino no es de este mundo también significa que el mismo no se rige por el
sistema o preceptos del mundo, sino por el de Dios. Este sistema consiste
justamente en someternos a Su voluntad y soberanía en nuestras vidas (Mt. 7:21).
En conclusión, lo
primero que dijimos es que Su reino no es de mundo. Esto es, que no es terrenal
ni político, ni regido por los preceptos o métodos del mundo. Asimismo, este
reino tampoco tiene un territorio o lugar físico. Por esta razón cuando Jesús
vino a la tierra, no vino para
implantarlo como esperaban los israelitas en aquel entonces. Sin embargo, como
ya también dijimos, eso sí sucederá en
el futuro al final de los tiempos. En aquel entonces, sí habrá un reino en
sentido literal y visible, y ahí sí reinaremos con Él en la tierra, no antes.
Por lo tanto, en ningún lado de la Biblia
Dios nos manda a establecer ningún reino. Eso es un error.
Tampoco habla la Escritura
de que tengamos que convertir a todo el mundo; si, en cambio, se nos manda a
predicar el evangelio a toda criatura (Mt. 24:14, 28:19, Mr. 16: 15-16). Del
mismo modo Jesús nos dice que no debemos buscar el poder terrenal, ni el
sobresalir por sobre los demás, porque eso son deseos del mundo, y terrenales.
En cambio, sí debemos buscar las cosas que tienen valor eterno, las que nunca
perecen ni se corrompen. Porque el Reino de Dios no es como suelen ser los de
la tierra, que los gobernantes se enseñorean y oprimen a los demás.
Contrariamente a esto, en el Reino de Dios el que quiera ser primero, será el
último y el que sirva a todos (Mt. 20:25-28). Porque el sistema de Dios es muy
diferente al del hombre, en Su sistema no buscamos ser grandes sino el
someternos a Su voluntad con humildad. Otra cosa también muy importante es que
para formar parte de Su reino, es necesario nacer de nuevo, tal como Jesús le
dijo a Nicodemo.
Por todas estas
razones –y muchas más que no enumeré- es que el Reino de Dios no se parece a
ninguno de esta tierra, y es diferente a todo lo conocido hasta ahora.
Asimismo, Cristo lo estableció cuando vino a la tierra, y Él mismo lo consumará
en forma visible cuando regrese en gloria, al final de la Gran Tribulación y antes del
milenio. Esto es lo que dice la Palabra.
Cualquier otra cosa es un terrible error, y una herejía (Ap.
22:18-19).
SILVIA’13