domingo, 12 de diciembre de 2010

La fe atrae el milagro.

   La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. La fe trae  a la existencia lo que parecía humanamente imposible; lo que estaba en lo invisible lo trae a lo visible. Llama a las cosas que todavía no son, como si ya fuesen.

   Porque por la fe es que viene el milagro. Esto quiere decir que si creemos en la palabra la bendición está asegurada. Es decir, que primero, debemos creerle a la palabra; en segundo lugar, hay que guardarla en el corazón, y luego, en tercer lugar, debemos confesarla a la palabra. Si se falla en alguna de estas cosas, aunque sea sólo en una; entonces la palabra no puede obrar, y puede quedar trunca. Porque por más que uno y guarde la palabra, por cierto, si no la confiesa, también queda todo el proceso a mitad de camino. Más aún, en Ro. 10: 9-10 dice que debemos confesar la palabra con nuestra boca además de creerla con el corazón, porque con nuestra boca se confiesa para salvación.

   Lo contrario a la fe es la duda, el temor. Porque si pedimos con duda no obtendremos nada, ya que es la oración hecha con fe y no con duda  es la hace a Dios moverse  a favor nuestro. Porque él obra a través de la fe, no de la duda ni del temor. (Santg. 1: 6-8).

   Podemos ver claramente esto en el ejemplo de Abraham. Él tenía lo que se dice una fe inquebrantable. Si Dios lo decía, él lo creía. En Romanos 4: 18-22 el apóstol Pablo da el ejemplo de cómo Abraham tuvo una fe  a prueba de todo. Porque él no miró las circunstancias, sino que creyó a pesar de todo, y su fe fue recompensada  porque el milagro vino a su vida. Por eso cuando sentimos que podemos llegar a flaquear en nuestra fe, debemos meditar en la palabra y mirar el hermoso ejemplo de Abraham. No tenemos que darle lugar al enemigo ni por un  instante. Por eso es que debemos de dejar de mirar al problema, y sí en cambio, tenemos que enfocarnos en Dios. Porque así, nuestra fe aumentará y el milagro vendrá.
Silvia’10

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